3.4.07

Del sentimiento de no estar del todo (partes II y III)


Parte II
A Julio, enormísimo cronopio poroso, lo invade el presentimiento —la sospecha— de que forma parte de figuras que lo sobrepasan. Que integra un organismo cuyos movimiento, forma y voluntad lo exceden. Que forma parte de una entidad mayor que se mueve y tiene sentido.
A mí me invade la sensación contraria: de no formar parte de nada, de no ser una pieza de nada (de ser, en todo caso, una pieza de la Nada). Siento, sin embargo, que me compongo de múltiples piezas que no constituyen una entidad —identidad, unidad— estable. Que soy una nube de moscas. Pero moscas que fueron expulsadas de la tribu y que por lo tanto andan errantes por el mundo, disidentes de sí mismas, reunidas sólo por la traición a la tribu y por su asco hacia la tribu.
No entiendo cómo dos sentimientos tan íntimamente contrarios pueden desembocar en una misma condición: el sentimiento de no estar del todo.


Parte III
Sé que quizás no existo, pero eso ya no me parece relevante. Sé que la gente, por algún inexplicable acceso de compasión o culpa, finge mi presencia.
A veces se me ocurre catalogarme como una alucinación colectiva, pero esta fórmula no sería correcta —además, la etiqueta reviste cierta vulgaridad que, aún para alguien que, como yo, no está del todo, resulta desagradable. Soy más bien como el amigo imaginario de un niño de cinco años, pero no en relación con el niño, sino en relación con los padres del niño, que acceden a participar de la fantasía de su hijo, con un sentimiento que es mezcla de cariño, de temor, de resignación y de repulsión. Saben de sobra que el amigo imaginario no es real, pero no están del todo seguros si el crío entiende, si está consciente de la entelequia o si está en camino de una larga y costosa terapia.
Ésta es una mejor definición para mí. No existo, pero la gente en la calle, en los cafés, en las tiendas, accede a dejarme mi lugar, entre indiferentes y apenados con no sé qué niño de cinco años que tampoco existe.